MEMORIA Y DESMEMORIA

En estos días y por diversas razones asistimos a un intenso debate suscitado por las simbólicas intervenciones sobre la fosa que debe contener los restos del poeta Federico García Lorca y otras víctimas en las inmediaciones de Alfacar, al amparo de la Ley de Memoria histórica. El enconamiento de algunas actitudes y manifestaciones ante el hecho es inevitable y ha sucedido en todas las sociedades que han afrontado un pasado traumático y divisivo (el Holocausto en Alemania, o las responsabilidades exigidas en Argentina y Chile). Pero es también una tarea imprescindible para lograr que el conocimiento histórico desapasionado se convierta en fundamento de una convivencia social equilibrada y libre de hipotecas legadas del pasado. Dicho de otra manera, recuperar la memoria histórica o simplemente la historia de una sociedad y un tiempo concreto contribuye a hacer posible el encuentro fecundo entre un pasado velado y un presente amputado, que escapa al conocimiento completo. En el caso de la Guerra Civil española y sus dramáticas consecuencias es inevitable el cruce dialéctico entre el “pasado-oculto” –las utopías fracasadas que se llevó consigo– y el “presente-posible” –la España democrática actual– pero en ningún caso significará un intento por “volver a vivir”, significará más bien el conocimiento del fracaso de unos ideales políticos y un proyecto de vida que pueden enriquecer esta nueva democracia.

De alguna manera, lo que se entiende como memoria histórica es el conocimiento de “lo otro” de la historia, más aún cuando se trata de rescatar un pasado atravesado por la exclusión, la injusticia y el olvido que como bien afirma A.Muñoz Molina es la muerte definitiva. Historiografía y memoria señalan en este sentido cosas distintas.
Según Santos Juliá en el caso español más que olvido lo que predominó fue la voluntad política de que un pasado de guerra civil y dictadura —y exilio, añadiría yo—, no interfiriera en la construcción de un futuro de democracia, y así tenemos una historia reciente con lagunas pendiente. No fue sólo el resultado de querer dar sensación de normalidad, de que la historia española fuese como la del resto de naciones europeas, sino que muchos historiadores, sociólogos y politólogos ignoraron, maquillaron y siguen en ello, salvo honrosas excepciones, con lo que dificultan una reconciliación definitiva.

Es innegable la existencia de una obstinada “desmemoria” de un deliberado propósito de prescindir y no querer saber de esa otra España, con frecuentes centenarios como el de Max Aub, o los homenajes a García Lorca y Alberti, ni unos ni otros van más allá de tranquilizar conciencias o como mucho de valoraciones estéticas en círculos restringidos. ¿Cómo si no se explica que en una ciudad como Granada una figura tan relevante en el ámbito de la ciencia y la tecnología como fue el general Herrera se silencie sistemáticamente por instituciones públicas como el Parque de las Ciencias y privadas con vocación de servicio público como el Museo de la Memoria de Andalucía que más bien debería llamarse de la Desmemoria?, que son lugares fundamentales para el conocimiento de esa Memoria marginada. Esto en una ciudad en la que su Universidad tiene instituido un premio de innovación con su nombre, pero en la que hay algún ex vicerrector y, en otras instituciones, algunos bien remunerados “asesores” y “responsables” que preguntan desdeñosos, desde su más profunda ignorancia ¿quién fue Herrera?, cuando sólo por obligación científica deberían saber que Herrera, además de excepcional tecnólogo y miembro de la Academia de Ciencias de España…, fue durante quince años continuados, y con diferentes gobiernos, ministro de Asuntos Militares del gobierno de la República en el exilio, que llegó incluso a presidirlo con Diego Martínez Barrio como Presidente de la misma, que Mario Soares hizo en Granada (1993) la más emotiva glosa de la personalidad del que fue conocido en el exilio como Caballero gentilhombre de la República, en un ingenioso juego de términos que reflejan fielmente el sentido del honor de quién siendo íntimamente monárquico sirvió con paradigmática lealtad a la República a la que se sintió vinculada por una palabra de honor empeñada, y ello en unos actos presididos por S.M. el Rey, representado por el presidente de la Junta de Andalucía.
Quizá sea su ejemplo lo que no interesa se airee demasiado y a cambio brille la ignorancia de algunos.

Emilio Atienza (Publicado en Ideal de Granada el 17.10.2009).

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