Granada y su patrimonio.

La ciudad y su memoria.
Emilio Atienza.

Llevamos meses de inquietud ante la decisión, no sé si definitiva, del Ayuntamiento para enajenar del patrimonio de la ciudad valiosos edificios, adquiridos y mantenidos durante años con notable sacrificio por los granadinos y con diversas ayudas incluso europeas, unos y otras son conscientes de que su valioso patrimonio requiere esfuerzos de toda naturaleza, que nunca debe ser ignorado y menos abocado a injustificable almoneda. No se puede olvidar que el patrimonio material es el sustento del otro más valioso, si cabe, que es el patrimonio intangible, el espiritual, el que configura el espíritu y leyenda de una ciudad, su memoria histórica. Entre ambos patrimonios, el material y el intelectual, existe una vinculación tan estrecha que el uno no puede existir sin el otro. La suma de ambos es el patrimonio cultural.
Hoy ya hemos superado la fase de “cómo conservar” pero debemos asumir con decisión y sentido común el “qué conservar y por qué conservarlo”, y hay que tener clara la importancia de lo material por su valor y significado especial como exponente de momentos concretos en la historia de una ciudad como Granada. Es imposible separar las piezas materiales (edificios nobles o populares, espacios urbanos, mobiliario, paisajes…) de lo que significaron en un momento concreto de una historia. Por ello es un disparate pensar que podemos ignorar o castigar el patrimonio tangible sin que el intangible se resienta. Como si abatir rincones y edificios históricos no afectase la imagen de la ciudad aunque estuviese fijada desde tiempos remotos, cuando el imaginario necesita del soporte material para hacerse inteligible a las sucesivas generaciones: El conjunto Alhambra-Palacio de Carlos V no merecerían las fuertes inversiones que requieren su conservación si no fuera por su admirable ornamentación, su valor arquitectónico, su rica historia, sus mitos, leyendas, creencias, ideales de belleza… convertidos en formas culturales de expresión de un ideal de ciudad.
Hemos escrito en repetidas ocasiones que Granada encierra muchos valores de proyección universal. Su impresionante conjunto artístico y paisajístico de reconocido valor obliga a mucho, aunque es evidente que no todos los que debieran sienten tal responsabilidad por igual. En este punto y hora merece aplauso el esfuerzo de la Fundación Albaicín para concienciar de la necesidad de respetar los muros encalados o recién restaurados en el barrio universal objeto de sus desvelos. Si alguna sensibilidad queda en los ánimos de los desaprensivos del aerosol.
En Granada hay una relación desajustada entre sus grupos sociales. Un sector minoritario de su población se ha mostrado siempre decidido a batallar por la conservación de su patrimonio material y espiritual. Esto en una ciudad que el mundo entero sueña con visitar y gozar algún día, y los que ya han tenido tal fortuna alimentan la esperanza de volver a ella, de vivir otra vez sus calles, plazuelas, callejones encalados, vislumbrar alguno de sus patios y jardincillos que aún perduran por los barrios del Realejo, Antequeruela, Churra, Magdalena, de la Virgen y sobre todo del Albaicín, como testimonios de lo que fue una arquitectura genuina desde hace años en agonía terminal, disfrutar de sus inflamados atardeceres en estas tardes frías de otoño, con su mágica luz que parece emanar de los refulgentes ojos del gigante de nieve que se empeña en proteger la ciudad y su vega.
¿Qué pensarán tantos granadinos y viajeros de la ciudad que fue y ya no es, de la ciudad que poco a poco vamos destruyendo? ¿Serán tan débiles como nosotros ante la falta de responsabilidad por la destrucción de un inmenso patrimonio que en un futuro próximo sólo podrán intuir o vislumbrar? ¿A quién se lamentarán, a quién demandarán las generaciones venideras por tanto daño acumulado al sentirse desterradas de una ayer imposible, de sus paisajes, horizontes, luces, sombras, sonidos y aromas sólo intuidos por imágenes literarias o de cualquier otra naturaleza?
Los sentidos con los que aún hoy captamos sutilísimos gozos se sienten desvanecer ante excavadoras, machotas y picos que un día si y otro también acaban con una casa, cuatros esquinas, un jardincillo o con toda la fisonomía de una arteria principal de tirón… Es la permanente historia amarga que hace correr por nuestras entrañas un escalofrío de vergüenza, de asombro, de angustia, que hace sentir mis manos manchadas de barro, oprobio, vergüenza, asombro y angustia, por no saber como acabar con tanta incapacidad para conciliar pasado con futuro. Granada tiende a desaparecer día a día, mes a mes, año a año. Por razones sociales y económicas, la mayoría de las veces, y otras por el mal gusto y la incultura generalizada de hoy. ¡Cuanta gente hoy tiene su espíritu mutilado para gozar del placer único de un patio de mármol, con cuatro columnas esquinadas, a sus píes otras tantas aspidistras y en el centro la música y el frescor permanente de una taza de agua con su serpenteante surtidor! Conjunto de extraña armonía interior, de paz y sosiego, de religiosidad cotidiana y felicidad mantenida. Hoy se diseñan pisos supuestamente lujosos, o casitas adosadas con sus jardincitos particulares pero ni interiores y ni celados, tan ajenos a la intimidad que invita al ensueño y al disfrute sutil de la vida. Es cierto que proliferan los jardines y parques, abiertos al exterior, al ruido, a la gasolina, pero son espacios como los de cualquier ciudad recién surgida en el mundo, impropios de ciudades de la contextura histórica y estética de Granada.
La ciudad de hoy es víctima de la prisa, y no me refiero al ajetreo de coches y gentes, sino a la prisa del dinero que suele ser paralela a la imposibilidad para alcanzar el acierto estético y el primor arquitectónico que no entiende de días ni meses. Hoy es más fácil que nunca prescindir de criterios estéticos, de normas, de un mínimo esfuerzo por conservar lo que merece ser conservado, ajustar tradición a modernidad, renunciar al adefesio o a la agresión en pleno corazón de la ciudad. ¡Cuantos creen que el mundo, en nuestro caso Granada, empieza en sus obras! Error desafortunadísimo. El poderoso don dinero casi nunca sabe de estéticas ni de respeto al patrimonio, ni atiende a los más elementales matices que caracterizan desde siglos a esta ciudad. Hay rincones de la ciudad antigua que parecen trazados por exquisitos pintores o artista finísimos, rincones sublimes, universales. Todos amenazados, van cayendo a manos de “emprendedores”, cuando no analfabetos en las disciplinas del espíritu.
Sí, antes en Granada se veía más el cielo y se disfrutaban más sus atardeceres en una geografía de la memoria que cada día cuesta más reconocer. ¿Seguro que progresamos?

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